11 mayo 2012

El niño que no quería ser niño


Érase una vez que se era un niño que disfrutaba siendo niño. Jugaba a lo que quería, comía lo que le daba la gana y, cuando sus padres le enviaban a la cama, se hacía el remolón hasta que su madre le hacía un colacao y su padre le dormía contándole un cuento. Todos los días aprendía algo nuevo: por las mañanas clases inglés, las tardes eran para clases de hípica y natación; los fines de semana viajaba a la sierra y, en invierno, tenía un profesor particular que le enseñaba los secretos del esquí.

El niño fue feliz hasta que los problemas llegaron de golpe a su casa para quedarse una larga temporada. Debido a la crisis su padre perdió el trabajo y su madre tuvo que vender todas sus joyas para ayudar en casa. Miguelito, que así se llamaba a nuestro niño, no se daba cuenta de lo que pasaba. Mientras sus padres hacían todo lo posible para que nadie, incluido  Miguelito, supiese por lo que estaban atravesando, el niño veía como su ropa empezaba a parecer vieja, llenándose de remiendos, sus juguetes perdían el brillo y notaba que cada vez recibía menos detalles por parte de sus padres, unos padres que no habían dejado de darle amor a él y a su hermana.

Durante el último año su bonito colegio de pago se convirtió en un colegio público donde Miguelito pasó de presumir por ser el que más tenía a ser uno más de los que apenas tenían. Cada día que pasaba Miguelito se volvía más arisco y maldecía a sus padres por haberle privado de aquella vida llena de lujos. Su ceño comenzó a arrugarse, su carácter se agrió y aquella amabilidad que le caracterizaba desapareció por completo. Sus padres no sabían qué estaba pasando con su hijo.

Una noche, después de echar la culpa a sus padres por seguir siendo felices aún siendo pobres, Miguelito se escondió bajo las sábanas de su cama y deseó, con todas sus fuerzas, hacerse mayor para que aquella pesadilla terminase de una vez. No podía soportar ser pobre, tener que cuidar las cosas, comer lo mismo todos los días y, lo que peor llevaba, lo que más le hacia palidecer para enrojecer de rabia, era tener que compartir sus juguetes, los libros y la habitación con su hermana. Con tanta fuerza deseó hacerse mayor y que terminase todo aquello que al día siguiente, cuando despertó y salió de debajo de las sábanas, se había transformado en un anciano.

Miguelito, aunque tenía siete años, sufría los achaques de un hombre de ochenta. Le costaba respirar, había perdido casi todos los dientes, su frondoso pelo castaño ahora era cano y escaso, su vista era algo borrosa, su espalda no era capaz de erguirse y su oído había dejado de regalarle sonidos para sumirle en el más absoluto silencio. Asustado se levantó, todo lo rápido que su nuevo cuerpo le permitía para ir en busca de sus padres y contarles aquél trágico suceso, cuando un ataque de tos, seguido de un colapso cardíaco, le quitó lo único que todavía no había perdido.

Miguelito pasó, de la noche a la mañana, de ser un niño con toda la vida por delante a ser un anciano con toda la vida por detrás.


Imagen cogida de...

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