La última paloma
El bando municipal fue tajante: esas "ratas con alas" debían ser exterminadas por el bien de la salud pública. Las calles se llenaron de trampas, venenos y redes, pero las palomas decidieron contraatacar. Desde lo alto de los edificios, las palomas lanzaban diminutas migas de pan a los desprevenidos humanos. Ellos, sin sospechar, se agachaban a recogerlas, pero justo en el instante en que sus dedos tocaban el pan, desaparecían sin dejar rastro. Poco a poco, las calles empezaron a quedarse vacías, las casas deshabitadas, y en las escuelas y oficinas, los asientos permanecían vacíos. Nadie sabía a dónde habían ido todos, pero los humanos seguían desapareciendo, uno tras otro, como si formaran parte de un truco de magia. Los periódicos hablaban de una misteriosa plaga, pero las palomas sabían la verdad: Vernon, la paloma de un mago, había aprendido los secretos de su amo y, en la soledad de su jaula, los había perfeccionado. Así, cada vez que alguien se inclinaba a recog