11 diciembre 2012

Papel y tinta



Dejó de escribir como si la tinta de su estilográfica se hubiese secado. Dejó de escribir mientras la sabia que corría por sus venas detenía su latir convirtiéndolo en un cenagoso y pútrido elixir. Dejó de escribir en el mismo instante en el que pensó que, por un momento, podría convertir su texto en realidad. Dejó de escribir para vivir; vivir las vidas de aquellos personajes sobre los que había escrito y, por ende, la suya propia.

Salió y vivió. Vivió y salió para darse cuenta de que su vida estaba escrita con tinta negra sobre hojas de blanco papel que alguien rellenaba con firme pulso.

Regresó a su rincón solitario, sacó una pluma, abrió la tinta y volvió a escribir aunque esta vez  su escritura fuese diferente.

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