Goma de borrar en mano se dirigió al despacho de su jefe. Le
iba a oír quisiera o no. Cuando llegó a la puerta de su despacho se detuvo y respiró
profundamente varias veces para controlar su enojo. No podía dejar que su jefe viese
que le había afectado tanto la situación. Siendo tópico tras unos eternos segundos
de espera, en los que repasó todos sus
argumentos, entró enarbolando el borrador como estandarte, paladín de sus convicciones.
No recuerda cómo pasó todo. Los segundos se transformaron en
interminables minutos mientras, lo que comenzó como una queja en la que
expresaba su malestar sobre su nueva situación dentro de la empresa, se
transformó en una batalla verbal entre su jefe y él. Todo sucedió tan deprisa
que la espiral de acontecimientos fue creciendo hasta convertirse en un tornado
de emociones que arrasó con todo lo que encontraba a su paso. El cenit de la
tormenta llegó cuando su jefe le dijo: “estás despedido”.
El silencio después de la tempestad llevó la calma a su
corazón. Con el borrador aún en la mano borró a su jefe y dibujó uno nuevo más
acorde con los tiempos actuales. Salieron a tomar un café como dos buenos
amigos y, de regreso a la oficina, nada de aquello había pasado y volvía a
dibujar aquellas tiras cómicas que tanta falta hacían en los tiempos que
vivía.
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La máscara del más turbado