“Uno, dos, tres. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres” repetía una y otra vez desde aquella taza de café, aquella tarde en aquella cafetería.
“Un café, por favor” “que sean dos” respondió aquella muchacha que acababa de apoyarse a su lado en aquella barra.
“Entonces pongo tres” añadió el camarero. Desde aquel día no paraba de repetir
“uno, dos tres; uno, dos, tres; uno, dos, tres”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La máscara del más turbado