16 abril 2010

Latidos en 15 días. Capítulo 1B

De poquito en poco voy volviendo, aunque hora estoy en la temporada mágica y ya se sabe "niños hasta en la sopa". Vamos a dejar los casting, las series, los videos y demás para otro momento y continuémos, sin matar a nadie, con lo que veníamos a hacer.

No he vuelto porque no me he ido. Ya os contaré, jajaja


<< Parte anterior

Habían pasado 10 días desde que aquel tipejo me hiciese aquel cortés ofrecimiento de trabajo. El sobre estaba donde había dicho fulano. ¿Dentro? No tengo ni idea de lo que había. Cogí el sobre y tentada estuve de tirarlo a la basura, pero algo dentro de mí decía “no lo hagas, no, lo tires. Guárdalo, no vaya a ser que después te pueda hacer falta”


- Si papá, pero ya está rota del todo y no tiene ningún arreglo –decía Carla a su padre con la pipa de su abuelo en las manos.

- Nunca se sabe, hija. En nuestro oficio todo vale.


Tenía 15 años cuando la pistola de mi abuelo se rompió definitivamente. Mi padre la había arreglado varias veces mediante apaños y chapuzas para que pudiera practicar con un arma sin ponerme a mí ni a nadie en peligro. Pero aquel día la pipa murió. Si hubiese sido un día lluvioso de otoño, o invierno, hubiese sido poético y muy típico del cine. Pero no, era un puto día más que caluroso del mes de Agosto. Todavía recuerdo la hostia que me dio mi padre cuando me escuchó decir:

- Vaya puta mierda de día de mierda que hace hoy. ¡Puto calor de mierda!

Me secaba el sudor, después de haber subido a aquel cerro para practicar un poco el tiro, cuando una ráfaga de aire se paseó por mi cara. Sonreía, disfrutando de aquella brisa, cuando mi cara se encontró con el objeto que provocaba aquel airecillo reparador. Dios que golpe. Mi cara giró. Giró mi cabeza. Mi cuerpo también giró pero mis piernas se quedaron estáticas, haciéndome perder el equilibrio y dejándome caer al suelo. Mis manos ese día estaban holgazanas, así que fue mi cara la que amortiguó el golpe. Mi padre no tenía manos, tenía barras de pan duro con las que te llenaba la boca en un descuido.

Mi padre era un hombre no muy alto, más bien de estatura media, complexión fuerte, que no gordo. En sus escasos 170cms tenía alojados dos pies. Pero dos pies grandes, del tipo: “Oh, tú te quedas dormido de pie y no te caes” Los pies estaban unidos a dos cortas piernas, era paticorto, las cuales estaban unidas a una cadera que sostenía una incipiente barriga, aunque mi padre siempre decía que se la quitaría. Su pecho era grande y fuerte, bien definido por el deporte que había hecho de joven. Los brazos, grandes y fuertes ocultaban, en su supuesta flacidez, una fuerte musculatura que salía a la luz cuando mi padre entraba en tensión. Los brazos terminaban, como ya he dicho, en unas grandes manos fuertes y duras, como barras de pan duro, acabadas en cortos dedos. En la cabeza, que estaba unida al resto del cuerpo por un gran y robusto cuello, tenía una boca fina oculta tras bigote y perilla al más puro estilo de Búfalo Hill, nariz y ojo.

Sí, mi padre tenía un solo ojo ya que el otro lo había perdido en las apuestas cuando yo tenía nueve años. Me contó mi madre que mi padre perdió el ojo derecho un día que una escopeta defectuosa reventó en sus manos mientras practicaba el tiro con armas de medio alcance. Mi padre estaba hecho todo un pirata y el pelo, largo y canoso desde joven, no le ayudaba en nada. A veces me pregunto se realmente ese era mi padre. Físicamente no nos parecíamos en nada aunque la gente trataba de sacar parecidos de donde no los había.

Eso si, mi padre siempre vestía de traje ya que, según decía, “siempre hay que estar elegante, nunca se sabe cuando la fortuna va a llamar a tu puerta”. Unos carísimos trajes que, según él, tal o cual diseñador de moda le había regalado, aunque todos sabíamos de qué sitio habían salido esos “elegantes” trajes de raya. Daba igual el color del traje, aunque siempre vestía colores pastel y tonalidades oscuras, eso si, nunca de color negro que no estaba de funeral. Corbatas lisas, blancas o negras nunca de color y zapatos a juego con las corbatas. Cuando salía a trabajar siempre llevaba un sombrero que no se quitaba y que le hacía parecer más interesante a la vez que ocultaba la bonita corona calva que adornaba su cabeza.

- ¡Niña, esa boquita! Ya sabes que no me gustan los malhablados y menos que mi hija sea uno de ellos.

4 comentarios:

  1. Pues auqneu estés poco, me gusta que no te hayas ido, guapo!

    Besicos

    ResponderEliminar
  2. que casting estas haciendo?

    ResponderEliminar
  3. Te leo y aprendo, como siempre. Hasta el infinito y más allá, MASAKOY.

    ResponderEliminar
  4. Siempre estarçé por aquí Belén, aunque ultimamente sea menos. Besos májicos majica.

    Bueno Miguelo Por ahora los casting que realizo como castingero son en Cuatro, Intereconomía, para un apr de películas (de malo) y un corto. Los otros los hago yo para buscar cantantes y actrices. Abrecetes desde mi mundo.

    Dudo que puedas aprender de mí Jordicine Más bien aprendo yo de tí. Hasta más allá del infinito.

    ResponderEliminar

La máscara del más turbado